El principio del uso de un
chaleco es para hacer visible a quien lo lleva, por lo que inicialmente lo usaban las personas que, por su labor, debían
ser vistas por los demás como medida de seguridad, entre ellos estaban los policías
de tránsito, trabajadores de obras viales, estibadores de carga, cambistas,
entre otros.
Pero en algún momento el chaleco
no solo servía para hacer visible a la
persona que lo usaba sino que incomprensiblemente se convirtió en un sinónimo
de experticia o eficiencia de tal manera
que lo usaron fiscales, funcionarios ediles, ministros de estado y hasta
presidentes, los cuales no perdían cuanta
ocasión tuvieran para colocarse el chaleco que de pronto los convertía en tecnócratas
eficientes y peritos conocedores de diferentes
temas del saber humano especialmente de alguna ciencia o técnica (casco
incluido) y pontificar sobre estas ante los medios de comunicación.
Es tanto el poder que se le atribuye
en el imaginario popular a los chalecos que hoy algunas municipalidades lo usan
como símbolo de autoridad de sus serenos y fiscalizadores y es, en el caso de específico
de la Gerencia de Transporte Urbano de la Municipalidad de Lima, en donde el chaleco
ha otorgado a sus usuarios poderes que podríamos llamar "sobrenaturales".
Por una parte se cree que su
portador automáticamente adquiere amplios conocimientos de orden legal y
operativo sobre las normas y técnicas de las acciones de fiscalización especializada
de los servicios de transporte, los cuales transmite ante los medios de comunicación
con gesto adusto y con un nivel de erudición que sorprende a los entendidos; sino que también el chaleco, por un incomprensible
conjuro, le otorga la capacidad de vencer a las fuerzas de la física, como el avance
de un vehículo del servicio público ante el cual basta con poner su cuerpo al
frente para que el enchalecado logre detener su loca carrera.
Pero sus reiterados intentos por lograrlo ha servido para descubrir una triste realidad y ahora quieren culpar a los conductores de los vehículos de
transporte público de la ineficacia de los poderes mágicos de sus chalecos.
Las autoridades policiales y judiciales deberían tomar cartas
en el asunto y usar los medios coercitivos que la ley permite para que se
advierta a estas personas que los chalecos no otorgan poderes mágicos, por lo
que no pueden obligar a los inspectores bajo sus órdenes a ingresar a las vías donde
transitan estos peligrosos vehículos y que cualquier daño o lesión que se
ocasione en ellos será entera responsabilidad de los que los exponen a estos peligros y deberán asumir las sanciones que la ley prevee.
Recuerdo aquella vez cuando niño que
conocí duramente los principios de la ley de la gravedad al lanzarme desde lo alto del ropero de mis padres con una capa de
superman que, según mi párvula inocencia, me concedería la facultad de volar
por los aires al igual que el magnífico hombre de acero, al grito de: A luchar
por la justicia!, frase que no alcance a decir completa por lo breve de mi
vuelo.
Mi lógico aterrizaje me ocasiono dolor
proveniente de dos cosas, la primera por el contacto brusco de mi cuerpo con
todas las superficies duras que encontré en el trayecto de mí caída en picada y
segundo por la aplicación de la regla de mi madre que decía: Si te caes encima
te doy… Por coj....